Los radicales se imponen en el gobierno

La línea adoptada por el gobierno ante la doble crisis que padecemos, ha inclinado por completo al Presidente del lado de los radicales de su círculo cercano

Ha dominado la ideología del rencor social de “agudizar las contradicciones” para llegar al paraíso bolivariano, o socialista como enseñaban en la facultad hace 30 o 40 años cuando el mundo era diferente.

Se ha dejado de lado toda lógica económica y no se busca salvar a personas que dependen de empresas y de cadenas de pagos que se están viendo interrumpidas por falta de apoyo gubernamental ante la crisis.

El enemigo a someter se llama libre empresa, y no el coronavirus y su secuela de desempleo y falta de liquidez que rompe todos los eslabones de la economía.

Se necesita contratar a 45 mil médicos y paramédicos para atender a los enfermos porque vienen los momentos difíciles de la pandemia, dijo el Presidente y seguramente es verdad.

Luego sacó el as: “de ser necesario” se traerán médicos cubanos, para lo cual ya hay conversaciones con el presidente de ese país, Miguel Díaz-Canel.

En México por supuesto que hay 45 mil médicos y paramédicos disponibles –cada año egresan 20 mil de las facultades de medicina.

Sin embargo no pueden trabajar sin protecciones elementales, expuestos a la infección por carencia de indumentaria, sin batas impermeables, guantes ni gafas, mal pagados, mal tratados y con cero reconocimiento del gobierno cuyo jefe, el Presidente, no les destinó una sola palabra de gratitud o aliento en su mensaje del pasado domingo.

La UNAM y el Politécnico ya retiraron a sus pasantes que se desempeñaban en hospitales y clínicas, porque no hay equipos de protección.

¿Quiénes vendrán entonces? Los médicos que viven en una dictadura, que los mandan, y el Estado cubano se queda con el salario que aquí les pagaría nuestro gobierno.

Vendrán a realizar una labor, cierto, pero la experiencia en Latinoamérica es que también vienen a ideologizar.

En su discurso del domingo el Presidente, sin venir al caso, citó a Simón Bolívar para ilustrar la decisión de lucha de su gobierno.

¿Lucha contra quién? Contra el virus no. Aun después de las advertencias de la OMS sobre la gravedad de la pandemia que recorría el mundo, López Obrador seguía minimizando y haciendo bromas sobre su baja letalidad.

Contra los efectos de la crisis económica tampoco es la lucha. Su programa condena a muerte a decenas o cientos de miles de empresas.

¿Entonces? ¿A cuento de qué vino el súbito fervor bolivariano?

A los empresarios los obliga, con amenaza de cárcel, a pagar salarios completos aunque no tengan ingresos. Como sabemos, la inmensa mayoría de ellos no viven en la opulencia ni son adinerados, sino gente de esfuerzo que arriesgan su capital para emprender.

Y el Presidente, en cambio, les baja el sueldo a los empleados calificados del gobierno y les quita el aguinaldo.

¿Por qué la IP, sin dinero, debe pagar lo que no paga el gobierno, que sí tiene dinero?

Evidente, está latente la fobia presidencial contra el empresariado, sin importar las consecuencias económicas porque el objetivo parece ser político.

Que quiebren. Eso le viene “como anillo al dedo” al proyecto de los radicales de la 4T: el gobierno rescata y el gobierno se queda con las empresas.

El Estado comienza a hacer empresas para que las Fuerzas Armadas entren a la construcción y al mundo de los negocios, en detrimento del sector privado.

¿Más pobreza? Sí, pero ellos lo ven de otra manera: es la posibilidad de que la gente viva de lo que les da el gobierno (hasta que el dinero se acabe) y le deba su voto y su lealtad.

Cuando todo el sector privado está atónito por el desdén presidencial al rol del sector privado en la economía, pues “hemos encontrado una puerta cerrada a nuestras propuestas”, López Obrador presumió su cercanía y el respaldo recibido por Baillères y por Germán Larrea.

Son conveniencias tácticas. AMLO se puede tragar un par de sapos ahora, para dividir a la IP. No importa. Al rato los escupe.

Los radicales imponen su agenda y su línea en Palacio Nacional.

Marcelo Ebrard, a quien el Presidente respeta, se suma a la estupidez radicalizada tras la quimera de una candidatura presidencial.

El resto de las mentes sensatas guardan silencio, por miedo.

Como los retrató ayer en estas páginas Raymundo Riva Palacio: “El gabinete carece de calidad ética y tiene un superávit de irresponsabilidad. Pero no deben olvidar que se juegan décadas de trabajo y prestigio muchas y muchos de ellos, y cuando tengan que rendir cuentas por el desastre deberán explicar por qué en la carrera al precipicio callaron y no hicieron nada para evitarlo”.

Sus renuncias son el shock que AMLO necesita para corregir, pues cuando quiera hacerlo porque la realidad se lo imponga, ya habrá demasiados muertos, demasiada gente sin trabajo, sin ingreso, demasiada descomposición social y la delincuencia nos atenazará.

Hubo uno que tuvo el valor de decirle no: el exsecretario de Hacienda Carlos Urzúa.

Ahora Urzúa recomienda al gobierno aumentar las transferencias directas, los estímulos fiscales a las empresas y las aportaciones a los estados.

¿Dijo estímulos fiscales a las empresas? Claro que no, son los adversarios históricos de los radicales que mandan en la cabeza y en el corazón del Presidente.

¿Dijo más aportaciones a los estados? Ni de chiste ayudar a los gobernados por el PRI y el PAN. El proyecto es otro: cooptarlos o aplastarlos.

Las renuncias son una posibilidad de que AMLO entienda y pare la locura en que está embarcando a México.

Total, la plaza ya la perdieron los sensatos de su gabinete y equipo de trabajo.

PABLO HIRIART