LOS PUGS Y LA DEFORMACIÓN ANIMAL COMO CAPRICHO HUMANO

Nadie un mínimo de humanidad sería incapaz de hacer daño a una criatura tan bella como la de la imagen, a esa criatura con la cola enroscada.

Nadie un mínimo de humanidad sería incapaz de hacer daño a una criatura tan bella como la de la imagen, a esa criatura con la cola enroscada y una mirada tan torpe como dulce, formada por los ojos separados entre sí y el hocico achatado con la lengua de fuera.

Los pliegues en el mentón y alrededor del cráneo son suficientes para morir una y otra vez de ternura, luego de mirar su cuerpo regordete andar con gracia y acudir alegre una y otra vez al llamado de las voces familiares. Cualquier dueño se haría responsable de hacer todo lo posible –según sus capacidades– para darle la mejor vida. Ningún amante de los seres vivos o la naturaleza podría cerrar su corazón y negarle una caricia. Mucho menos permitiría que alguien o algo le hiciera daño, ¿o sí?

Solemos creer que la crueldad y el maltrato animal sólo se manifiestan a través del aislamiento, la mutilación, violencia física, explotación o abandono. Sin embargo, existe una forma aún más cruel de hacer daño a los animales, exclusiva de los humanos, que no sólo se limita a un sólo ejemplar, sino que actúa sobre una raza o grupo determinado y se perpetua más allá de la vida, con efectos nocivos que se alargan generación tras generación.

Antes de la agricultura, de la construcción de grandes ciudades y de la escritura, los perros y humanos forjaron una relación de supervivencia mutua: mientras los hombres nómadas recorrían el mundo y se asentaban en poblados irregulares cerca de fuentes de alimento, se encontraron con los mamíferos descendientes de los lobos al borde de los espesos bosques y ríos. Era el principio de una relación funcional llena de beneficios para ambas partes y el primer animal domesticado.


Los perros dejaron de lado su naturaleza salvaje, ofreciendo protección y fidelidad a cambio de alimento seguro. Los humanos encontraron un compañero invaluable, con el oído y olfato mil veces más desarrollados y una extraordinaria capacidad de adaptación a los distintos climas y realizar distintas tareas.

Durante miles de años, la relación hombre-perro se mantuvo impulsada por este principio. Los ejemplares caninos se reproducían sin demasiado interés del humano, que sólo se esforzaba por asegurar su reproducción. Era el principio de la selección artificial, el proceso a través del cual los humanos manipulan a otras especies vivas e intervienen en su reproducción, seleccionando las cruzas; tratando de anticipar sus características futuras según sus intereses. Se trata de un paso decisivo que ayudó a crear la mayoría de granos, frutas y vegetales que conocemos actualmente.

De la mano de la selección artificial, los perros se diversificaron en razas y algunas se especializaron en trabajos específicos, como cazadores, cobradores, boyeros. Pastores o auxiliares en el transporte y la carga. Tal relación se mantuvo sin sufrir modificaciones mayúsculas hasta el inicio del siglo XIX, cuando una idea tan polémica como poderosa invadió las conciencias de la Inglaterra victoriana.

El darwinismo veía luz en el seno de una sociedad altamente clasista y polarizada, que experimentó más cambios en el último siglo que en el milenio pasado. “El origen de las especies” (1859) llegaba para confirmar la evolución como un hecho histórico demostrado científicamente y al tiempo que se revolucionó la biología; traducido al contexto social como un perfecto argumento pseudo científico para legitimar la “superioridad” de una supuesta clase o raza sobre otra.

La influencia del darwinismo social no se limitó a los ideólogos racistas y sus torpes consideraciones sobre la competencia humana por el derecho a subsistir, también permeó en todas las actitudes de la élite de entonces y las mascotas no fueron la excepción. La aparición de organizaciones y clubes de crianza canina otorgó especial atención a la selección artificial de cada uno de los ejemplares, con el fin de obtener una raza cada vez más "pura". La eugenesia estaba en marcha y los perros fueron los primeros seres vivos en someterse a un proceso que, lejos de responder a una mejora en los caracteres hereditarios, se basó en criterios estéticos y de status social.